Cultura y labores en Blesa

Labores y oficios perdidos



Abro con este prólogo una serie de artículos dedicados a los antiguos oficios y saberes populares que se practicaban en los pueblos hasta hace pocas décadas, (teniendo al pueblo de Blesa como referencia), en los que espero tratar de nuestros yeseros, herreros, etc. hasta descender al nivel de saberes más caseros como la fabricación del jabón o la cera y hacer una breve introducción a los remedios populares para combatir sus males corporales.


Reflexiones sobre la pérdida del saber popular

Reconstruyendo un poco la historia popular se aprecia que apenas existen diferencias entre las formas de vida de nuestros antepasados de hace quinientos años y en como comenzó el siglo XX en estas tierras aragonesas.  El pueblo llano, nacía con similares esperanzas de vida, trabajaba con los mismos medios y moría de las mismas enfermedades banales.

La evolución del saber científico desde hace cinco siglos ha sido constante, pero apenas tuvo repercusiones en la vida diaria de las gentes de a pie hasta este último siglo y medio en que nuestra civilización, industrial y en desbocada carrera, ha mejorado el discurrir vital de la mayoría de los habitantes del denominado primer mundo.  Quizá quienes nacían en el campo, en cierta medida aislados de las corrientes culturales y manufactureras, sabían que sólo podían contar con los frutos de su trabajo, su ingenio y el conocimiento transmitido por sus padres.

La mayor parte de la población sólo podía malvivir con el fruto del trabajo de sus tierras o ganados porque debía sacar adelante a grandes familias y dependían de cosechas irregulares.  Sólo un pequeño porcentaje de los habitantes de un pueblo tenía oficios más especializados, mientras los cargos burocráticos se reservaban para vecinos pecheros o aristocráticos.

Pero, en contraposición a lo que nuestra formación nos aporta actualmente, la mayoría de nuestros mayores sabía como fabricar yeso, adobas o tejas para reparar sus casas y corrales, podían hacer su propio jabón de forma barata y natural, fabricarse sus propias velas para iluminación, guardar nieve del invierno para conservar alimentos en verano, hacer su pan y tortas, destilar la fragancia de las plantas, trabajar la madera, transformar plantas para hacerse sus propias cuerdas, horcas e incluso reparar el asiento de una silla con las fibras vegetales que crecían en los alrededores.  Y si elevamos el nivel, trabajar el hierro, fabricar cerraduras, hacer cerámica(1).

Aunque muchas de estas actividades las llevaran a cabo personas concretas, puesto que se requería una formación o unas herramientas específicas, el conocimiento del método era exotérico, accesible al pueblo, que por otro lado, en cuestiones formativas era mayoritariamente analfabeto, en el sentido propio de la palabra.  Los métodos aplicados a su forma de trabajo o sus cultivos no variaban, independientemente de la evolución de conocimientos que acumulaba Europa  porque eran incapaces de acceder a algo que nosotros adquirimos de forma rutinaria hoy en día: la educación(2).

Por todo ello, retomando el tema que quiero presentar, pretendo ilustrar en próximos artículos cómo se las ingeniaban nuestros mayores para convertir la ingente cantidad de sustancias naturales y minerales de su entorno en sus materiales de obra, herramientas de trabajo o enseres.


F. Javier Lozano Allueva
Zaragoza, diciembre de 1999



Notas

1.- Nótese el contraste que esto supone con nuestro actual nivel de conocimientos.  Disfrutamos de elementos auxiliares como radio, televisión, comunicaciones inmediatas con lugares remotos, cocinas de inducción, microondas, lámparas halógenas, electrónica hasta en los juegos infantiles,... nos trasladamos en vehículos movidos por combustibles preparados por los alquimistas del siglo XX, y curamos nuestras enfermedades con pastillas y jarabes de los que sólo podemos decir su marca comercial; bienes todos ellos, de los que conocemos los principios básicos pero que seríamos incapaces de reproducir o fabricar.  Pero lo grave de nuestra formación (y un talón de Aquiles de nuestra cultura) es que, a la vez que ya no podemos alcanzar los conocimientos para construir muchos de nuestros "indispensables" enseres (debido a la gran especialización requerida), hemos perdido la capacidad de fabricar lo que la sabiduría popular permitía hacer a nuestros abuelos por sí mismos.  Nos sentimos muy seguros porque tenemos armarios llenos de medicamentos, conservas y congeladores, pero si un día se va la luz...

2.- Conscientes de la realidad y perversión de este círculo vicioso, en el siglo de las luces, los ilustrados trataron de fomentar la educación básica de los niños, aportar soluciones científicas para mejorar los rendimientos de cosechas, promoviendo la construcción de canales, poner, en definitiva, sus conocimientos adquiridos en una situación privilegiada al servicio del bienestar de la sociedad.  Su medio de obrar fue a través de las llamadas "Sociedades Económicas de Amigos del País".
Pero a la historia de este país desgraciado nunca le faltaron zancadillas, propias y ajenas.  Siglos de guerras internas y externas, de políticos y reyes mediocres, de intereses económicos de nobles y caciques, segaban una y otra vez la cosecha que intentaba fructificar entre la intelectualidad española, dinamitaban la siempre escasa y suicida clase media, mientras la escolarización avanzaba de forma lenta y mediocre, cuando no estaba en manos de órdenes religiosas, todo lo cual influía en el carácter conservador de la sociedad rural.

Blesa, un lugar en el mundo
Última actualización: 5 de diciembre de 1999