a sociedad rural
ha tenido siempre como meta la autosuficiencia y el aprovechamiento
integral de todo lo que producía. Lo que actualmente pueden constituir
desperdicios en un hogar, en las décadas de más austeridad
eran la materia prima para elaborar muchos otros productos útiles,
envases, adornos o juguetes. Tal es el caso del jabón de tajo,
elaborado aún en la actualidad de la forma tradicional por algunas
mujeres, y de otros métodos de lavar la ropa, así como
los productos de desinfección.
o o o
Elaborando su propio jabón
Con restos domésticos de materias grasas, como el aceite sobrante de la cocina, cortezas del tocino y huesos del jamón, las mujeres preparaban "jabón de tajo" en calderos en los que los mezclaban en proporciones exactas con sosa cáustica y agua (1 litro de sosa, 4 de aceite y 4 de agua aproximadamente). La reacción química producida por la sosa, ayudada por un poco de fuego y el constante remover (en la misma dirección) durante más de dos horas, corroe las sustancias orgánicas y disuelve las grasas, formando una masa viscosa y de buen olor, y decanta en el fondo del envase una lejía muy abrasiva.
Pascuala haciendo y
extrayendo jabón de tajo (agosto de 2001).
Fotos de J.Lozano
Trasvasando la lejía tras
llenar de jabón un cajón.
Al fondo jabón cortado del día anterior.
Una vez pasado el tiempo de reacción, se reconocen muestras de la buena trabazón, cuando la lejía del interior afluye a la superficie y vuelve a sumergirse sin mezclarse ya con la masa jabonosa. Entonces apagaban el fuego y se procedía a sacar el jabón líquido del caldero. Lo extraían con una rasera para dejar escurrir la lejía y depositaban el líquido pastoso en cajones o cajas de perfil bajo protegidas con plástico o papel.
Tras una noche de reposo en la que se ha endurecido el jabón, se corta la masa en trozos manejables con la ayuda de un alambre, y ya está listo para usar. Había quienes perfumaban el jabón cuando todavía estaba líquido, vertiendo pequeñas cantidades de esencias, como la del espliego que también se obtenía en Blesa. Y en otra variante, no tan frecuente, añadían resina, porque así conseguían un jabón más espumoso.
Este jabón no se caracteriza por hacer mucha espuma (a pesar de lo cual limpia), salvo cuando la ropa sobre la que se restriega está limpia, por lo que me han contado que algunas mujeres, para conseguir ese efecto psicológico de hacer espuma desde el principio, lo mezclaban con jabón de polvos cuando aún estaba líquido.
La lejía residual del proceso es muy potente por lo que se tiraba, o se guardaba para utilizarla contra manchas resistentes o abrasión, debiendo tener cuidado de no tocarla directamente.
En cuanto a la desinfección, hasta que apareció la lejía industrial, las gentes de los pueblos suplían este producto higiénico con cenizas de algunas plantas, como veremos seguidamente.
Haciendo una colada a fondo
La colada general se hacía cada veinte o más días, pues en el mismo proceso se incluía casi toda la ropa de la casa. Por ello, las casas más pudientes hacían coladas cada más tiempo (a lo mejor dos veces al año). Otra razón para estas coladas tan espaciadas era evitar el desgaste de la ropa, que debía durar mucho más tiempo que hoy en día. Comparativamente, a las personas de hace cincuenta o más años, la ropa les era más cara, utilizaban más tela y más gruesa, y el traje de los domingos podía ser uno, que además, debía durar media vida.
Gloria, Irene y Manuel cortando el jabón de tajo con un alambre.
Agosto 2002. Fotos J.Lozano.
Para empezar este largo proceso que podía durar más de un día, debían darle un primer lavado a la ropa en el lavadero de la acequia o en el lavadero con pila, donde la restregaban con "el tajo" (el jabón de trozo) en sus tablas lavaderas. Tras aclarar la ropa se llevaba a casa donde se colaba.
Para colar la ropa se utilizaba antiguamente un cuenco de barro llamado cuezo, donde introducían la ropa. El cuezo tiene la boca ancha sin cuello y un caño en su parte inferior para dar salida a los líquidos. En otros lugares o con posterioridad se han utilizado otros envases de madera, mimbre y cinc.
El uso más antiguo consistía en tapar el cuezo con una tela gruesa a manera de cedazo o colador. Sobre este se colocaban unas cenizas determinadas previamente seleccionadas y producidas y vertían agua hirviendo. La reacción producía una especie de lejía que pasaba a través de la ropa arrastrando la suciedad y se recogía por el conducto inferior, se volvía a calentar y a verter. El proceso podía durar veinticuatro horas o más, a pesar de lo cual, por lo que me han contado, la ropa no quedaba de un blanco puro, sino que tomaba un tono amarillento. Para conseguir un blanco luminoso utilizaban el famoso "azulete".
Al día siguiente se volvía a lavar y aclarar esta ropa en el río, el lavadero o en un bación en casa. Y aun había quienes volvían a "recolar" la ropa en el cuezo, aunque ya menos tiempo.
En Blesa, la colada se llevaba a secar a la montaña de la Solana, donde la extendían en sus grandes lastras, muy limpias y donde no se manchaba la ropa. A pesar de la gran superficie de la montaña, los buenos sitios eran valiosos, y las jóvenes a las que les encargaban la labor de cuidar la colada debía espabilarse para coger sitio. Los solanares de las casas no eran suficientemente grandes para las coladas. En los pueblos donde no tenían lastras, tendían la ropa en eras o prados.
Otros establecimientos relacionados con la colada y utilizados durante muchos años fueron los coladores. En estos lugares se podía lavar con agua caliente y aclarar la ropa. Cómo en los años en que se utilizaron no había agua corriente, se construían cerca de las corrientes de agua. En él había uno o dos baciones bien sujetos, y un fuego preparado para calentar el agua que echaban al bación. Quien usaba los coladores debía bajarse medio fajo de leña para calentar el agua.
Se conservan varios coladores en el lado derecho de la calle Baja en la proximidad de la acequia. Hay una serie de tres a mitad de la calle, tras el huerto del Cura y otro edificio aislado a la derecha de la entrada de la plazoleta del molino Bajo, donde podemos ver una caseta curiosa de dos plantas, que también fue abejar y era de los molineros del molino Bajo. También había un colador en la calle del Horno que era de la Teresa (en el arranque de la cuesta por la parte de abajo), que cogía el agua de la "Cequia el Estudio".
Pero los tiempos cambiaron, y varias mujeres jubiladas ya sólo han utilizado lejía industrial, y muchas de mediana edad ya no han visto usar ceniza, sino "jabón de casa" y balde metálico en lugar del tradicional cuezo.
Un cuezo
Un bación
Del lavadero a la lavadora
En Blesa se conservan dos grandes lavaderos públicos y uno pequeño que puede parecer que llevan ahí toda la vida. No obstante, incluso el viejo puede ser relativamente reciente, y es seguro que desde tiempos inmemoriales las mujeres debieron ir a hacer la colada a pozas del río Aguasvivas.
El lavadero viejo, construido en un momento desconocido por ahora, a ras de suelo y de la acequia que recorre el pueblo por la parte baja junto a los huertos, está cubierto; pues ocupa la planta calle de una casa que hace de porche. Permite su acceso por ambos lados de la acequia, y siempre hubo de lavarse de rodillas, pero tal como hoy lo conocemos, con las aceras altas sobre la corriente de agua es como quedó tras una remodelación tras la última guerra civil. Las mujeres más mayores me han contado que anteriormente los suelos en los que arrodillaban las mujeres para lavar estaban a un nivel más bajo y podían restregar la ropa en las pilas de cemento sin agacharse tanto. Los bordes inclinados sobre la acequia eran lisos y cada usuaria debía llevarse su tabla o "lavadera".
El suelo actual del lado derecho se conserva con el cemento y los canalillos de evacuación de agua que hubo durante décadas. En el lado izquierdo hay desde el 2001 un suelo empedrado, pues el anterior solar estaba muy deteriorado. La iluminación indirecta y la verja le han dado un aire de rincón de recreo que de por sí nunca tuvo.
El lavadero nuevo levantado en las inmediaciones del frontón y el transformador, se construyó en el año 1954 por el albañil Manuel Lomba, y ya tuvo dos pilas de agua elevadas sobre el suelo, con dos balsas separadas para el enjabonado y el aclarado, y está cubierto en una mitad. El borde inclinado donde se restregaba la ropa ya tenía en este el relieve adecuado para ello, evitando la molestia de tener que llevar su propia tabla. Podrían lavar unas veinte mujeres a la vez. En el 2000 fue restaurado y pintado por iniciativa de la Asociación Cultural el Hocino, con la colaboración del mismo albañil y de Román, que ya había actuado como peón en su construcción, además de muchos socios, vecinos y el Ayuntamiento.
Hay dos pequeños rincones donde se puede lavar en la misma acequia que recorre la calle Baja camino del molino Bajo, pero por su tamaño, posiblemente los usarían vecinas de esa calle. El rincón tras las primeras casas de la calle baja en el lado de los huertos es conocido como "acequia de los carpinteros", y el otro lugar adecuado era un corrico minúsculo en las inmediatamente de la balsa del molino Bajo.
Con la llegada del agua corriente a las casas de Blesa, en el año 1977, los lavaderos perdieron poco a poco su razón de ser y dejaron también de ser el lugar de reunión de las mujeres. Ahora apenas acude alguna cuando quiere lavar alguna prenda suelta. Cada cual pudo ya usar su tabla de lavar (o "lavadera") en algún "bación" de su casa. Un bación es una bacía grande que servía para lavar la ropa, en uno de sus lados se colocaba una lavadera.
En el lavadero.
Foto de Paquita Muñoz, del archivo fotográfico de la Asociación Cultural El Hocino.
Pero incluso el método de frotar en un lugar u otro quedaba ya anticuado. Antes incluso de que llegaran al mercado las lavadoras automáticas, (con programas internos que hacen todo los procesos de prelavado, lavado, suavizado, centrifugado, etc.), aparecieron máquinas que simplemente consistían en una cuba vertical con unas palas interiores para remover fuertemente la ropa y el agua (que se vertía manualmente a pozales). Otras vecinas me han contado que tuvieron lavadoras en Zaragoza con un bombo donde metían la ropa y al que daban vueltas con una manivela.
Lavando en el río.
Foto de Amparo Artigas, del archivo fotográfico de la Asociación Cultural El Hocino.
Epílogo
Ahora la colada ya se hace por entero en cada casa, los productos químicos como detergentes y suavizantes hacen pensar a la gente que tras ellos hay grandes avances químicos que son imprescindibles, pero todos sabemos que a pesar de que desde hace décadas los detergentes salen renovados mensualmente al mercado (con "nueva fórmula", "ahora más limpio", "más potente" y demás), deben incluir productos que hagan espuma para que la clienta se lo crea, e incluso deben meter las prendas por segunda vez a la lavadora si las manchas son tozudas. Quizá el moderno químico no esté a tantos años luz del saber de nuestras abuelas.
Lavadero nuevo de Blesa,
antes de su restauración en el 2000.
Foto de Mª Jesús Bartolo.
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Agradecimientos
Este artículo se ha elaborado con la colaboración de las vecinas de Blesa Pascuala Artigas e Irene Serrano, y de Gloria Allueva y María Tello.