Gracias a la concienciación del Ministerio de Cultura por la necesidad de digitalizar y poner al alcance de todos el patrimonio cultural (archivos estatales, hemerotecas estatales, patrimonio bibliográfico), podemos hoy leer tranquilamente desde nuestro hogar algunos de aquellos periódicos antiguos que antes sólo podían consultarse en las propias bibliotecas o archivos estatales, a menudo con premura de tiempo o nunca. No están todos, sino unos pocos cientos de títulos, pero es un gran avance. Hoy en día, si quiere buscarlos no tiene más que acceder a esta dirección: http://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/busqueda.cmd
Uno de los periódicos parcialmente digitalizados (todos los ejemplares
que se conservan) es "Heraldo de Teruel": un "semanario
regional, ilustrado, de noticias, literatura, ciencias e intereses morales
y materiales de la provincia, Órgano del Ateneo" que
se publicó a partir de 1896 hasta octubre de 1897 y cuyos 53 de los
primeros 54 números se conservan en la Biblioteca de Teruel.
Heraldo de Teruel fue una publicación de finales del siglo XIX, turolense y muy entretenida, variada, ilustrada, como otras que podemos leer de dicha época. Tiene interés para nuestro pueblo porque en ella participaba Salvador Gisbert, el pintor de Blesa (1851 - 1912), con sus dibujos y colaboraciones. También escribió alguna colaboración el regeneracionista blesino General Forniés (1864 - ¿19xx?).
Salvador Gisbert fue y es uno de los mejores cauces que tenemos los blesinos
para leer retazos de nuestro pasado que sin él se hubieran perdido
para siempre; fue una persona clave, que con sus apuntes sobre la historia
de la Honor de Blesa, el rescate de historias, leyendas y anécdotas
y su publicación, salvó de la destrucción de varias
guerras la memoria de los blesinos. Salvador Gisbert tiene una importancia
capital para nuestro acervo cultural. Una de estas colaboraciones en Heraldo
de Teruel es la base de este artículo.
El testimonio que de Blesa nos traslada Gisbert es muy valioso porque está publicado en octubre de 1896, pero relata recuerdos mucho más antiguos, previos a la guerra de la Independencia. En él nos habla de fiestas, ermitas, cementerios, costumbres religiosas, coplas populares, quizás un hecho histórico, quizá una fantasía moralizante que tiene como protagonistas a un mozo francés y un mozo del lugar.
El relato contiene tres partes: una introducción de algún
interés para los blesinos, que simplemente describe la localidad
y el escenario; la segunda parte que introduce a las costumbres del lugar
y la situación de la capilla exterior de la virgen de la Aliaga,
muy interesante; y la tercera parte que contiene el desenlace de la historia
y su lección. Nótese que Gisbert nunca escribe en este relato
de la revista que esto ocurra en Blesa (Teruel), pero su introducción,
los parajes y calles y los dibujos son todos de este pueblo.
Cosas de mi tierra. Recuerdos antiguos
por Salvador Gisbert
Desde aquel alto llamado la envista, descúbrese allá abajo en la hondonada, rodeado de bruma el pueblo, con sus apretadas casas y gallardo campanario. Bajando por el mismo camino, llégase a la hontaza y al val, magnífico carasol, y paseo de invierno, donde se celebran las corridas de pollos, en las fiestas de la patrona. Un poco más abajo, está situado el Cementerio Viejo, y junto a él, álzase el montecillo del Calvario, con sus blancos peirones o estaciones, y coronando su cima el Cementerio nuevo, y su hermita (sic) en embrión, o sin concluir(1)
Abajo, en el fondo, y en primer término, la pequeña y frondosa vega, formada por los huertos y cuadrones, llena de árboles frutales, chopos, olmos y seculares nogales; surcada toda ella por el río, las acequias, y las callizas o caminos que conducen al pueblo. Por límite de esta vega, de E. a O., una serie de rocas y sierras calvas y peladas; más allá, altos y áridos montes, con sombríos barrancos; en medio, el pueblo, y en último término, recortando el fondo diáfano del horizonte, picos y más picos, sombríos y plomizos.
Pasados el río y huerta, llégase al lugar, encontrándose a su entrada, la acequia del estudio, con su calle paralela; subiendo de frente, la calle Mayor, con la posada del agua, la casa del pintor y la Replaceta, formada por la iglesia y dos o tres casas. Más arriba, la plaza Vieja, con sus porches, casa del concejo, escuelas, y pórtico de la iglesia, y después… muchas calles y callejuelas, con sus casitas bajas y apretadas, llenas de escorchados y remiendos con grandes aleros, y algún que otro portal antiguo.
Como pueblo de labradores, escasean los caserones de abolengo, y sólo tiene de notable la iglesia parroquial, y su alta y hermosa torre.
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En la Replaceta antes citada, existía antiguamente un honsal(2) o cementerio, que daba acceso a la antigua iglesia, y que al ampliarse el siglo pasado [el XVIII], y trasladarse a donde hoy está, quedó cerrado, sirviendo para enterrar hasta principios de este siglo [el XIX], en que se construyó el hoy viejo, ya fuera del pueblo.
Sobre la pared del cerramiento que tenía el honsal, en la confluencia de las calles Mayor, Baja y Horno, alzábase una pequeña capilla o nicho, dedicado a la Virgen de la Aliaga; copia exacta de la venerada con este título, en su Santuario del pueblo de Cortes, y que por ser la patrona del antiguo Común de Huesa, ha sido y es siempre, objeto de la veneración de todos aquellos lugares.
Al concluirse la guerra de los siete años, o sea en 1840, con objeto de fortificarse en la iglesia los nacionales, se quitó el honsal, y la Virgen, se adosó a la pared de la iglesia, donde existe hoy en día, con su pastora hilando, y al pie, el arca del cautivo y su moro guardador, roto por las pedradas de los muchachos.
Pocas eran antes las personas que al pasar por delante de esa imagen, dejaban de saludarla; hoy apenas lo hace alguno, y su culto, también está bastante olvidado, pero la gente moza, aún tiene la costumbre de saludarla con algún cantar, y no se pasa nunca por delante de Ella, tocando guitarras, o en rondeña, sin que se le dediquen las tradicionales y obligadas canciones de…
Virgen de la Aliaga hermosa,
yo te quiera enramar
de rositas y claveles
o azucenas de la mar…
o bien la que tuvo origen, según la tradición en el siguiente suceso.
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No se sabe si era desertor, prófugo o legitimista, porque eso no
cuidaron de aclararlo en tiempo oportuno; lo que si se sabe es, que era
francés, oriundo de un pueblo cerca de la frontera, y que se había
refugiado en el nuestro sin saber porqué, o huyendo de servir en
los ejércitos de Napoleón.(3)
Era todo un buen mozo, guapo de cara, y simpático para los mozos
del lugar, que lo tenían por amigo y compañero.
En todas las reuniones, bailes, jaleos, etc., estaba el francés, como uno de tantos, obsequiado y agasajado por los demás mozos, que tenían estímulo en hacerle más sabroso el pan de la emigración.
Pero llegó un domingo, y cuando los mozos, siguieron la costumbre
que tenían de entrar al Rosario, se disponían a hacerlo, el
amigo extranjero, imbuido sin duda por las doctrinas que dominaban en su
patria, empezó a burlarse, primero de las viejas y mozas que pasaban
hacia la iglesia, después, del Rosario y los rezos, y por fin de
la Virgen, a los pies de cuya capilla estaban.
Todos los que acompañaban al emigrado, llevaron a mal sus palabras,
y especialmente uno llamado Pablico, mozo pequeño y delgado, pero
de gran corazón.
Y disputaron; y de las palabras pasaron a los hechos. El francés disparó una pistola sobre Pablico, que cayó herido en el pecho, bajo la capilla de la Virgen; mas incorporándose luego, y dirigiendo una mirada a la Imagen, como pidiéndole protección, atacó al francés con una agilidad extraordinaria, dado su estado, y aunque aquel por su corpulencia llevaba ventaja, y se defendía a puñetazos y con la pistola, Pablico logró alcanzarle, y herirle con la navaja que llevaba.
Y cayeron los dos… Las mujeres y hombres que entonces salían de la iglesia, recogieron a Pablico, que de rodillas, delante de la capilla de la Aliaga, estaba echando sangre por su herida. Los mozos auxiliaban al francés, que estaba agonizando en el sitio donde había caído, y de donde no volvió a levantarse.
Pablico, extraída la bala, curó de su herida después de mucho tiempo, y murió por fin, matando franceses, en la guerra de la Independencia.
Al francés lo enterraron al día siguiente de este suceso,
y siguiendo la costumbre de aquella época, colocaron una cruz negra
en la pared, frente al sitio donde cayó muerto, cruz que estuvo muchos
años, y fue quitada al derribar el Estudio o escuela vieja, quedando
sólo como recuerdo, la imagen de la Aliaga más arriba, y el
cantar atribuido a Pablico, de…
Virgen de la Aliaga hermosa,
cubridme con vuestro manto
al lado de vuestro hijo,
aunque no merezca tanto.
S. Gisbert
Publicado en Heraldo de Teruel, nº 5, Teruel, 31 de octubre de 1896.
Biblioteca Pública de Teruel (ahora en Internet en http://prensahistorica.mcu.es)
El relato está ilustrado con unos pocos dibujos del autor que son los que aquí mostramos.
En cuanto a la datación temporal, sólo se sugiere porque parece que ni el mismo Gisbert lo supo. Dicen que fue antes de la Guerra de la Independencia, pues Pablico murió en ella. Seguramente fue antes de 1791, cuando comenzaron los embargos de bienes a los emigrantes franceses tras la ejecución del rey Luis XIV de Francia durante la Revolución Francesa.
De cara a la recopilación de datos históricos nos son útiles, por inéditos o confirmar las pistas que teníamos, los referentes a los diversos cementerios y capillas en la replaceta del cruce de la calle Baja, Horno y Mayor. También da una información cuando referencia a la escuela vieja, pero no la que actualmente conocen así los blesinos, sino la previa (y quizás primera) situada en la “ceiquia el Estudio”, la entrada a Blesa y que conocíamos por el nombre y porque algunas propiedades lindaban con ella en las contribuciones de 1858 (A.H.P.Te). Lamentablemente el relato como tal no tiene valor documental.
Pero sí da un dato que a Gisbert le constaba, que fue en 1840 cuando se reformó el rincón de la iglesia que fue cementerio y antigua puerta, y que es donde aún hoy puede verse la capilla de la Virgen de la Aliaga en el exterior, incorporada en una pared del lado Este (no es casual la orientación).
Etnográficamente son interesantes las coplas y las costumbres retratadas. Estamos pendientes de encontrar en Blesa a alguien que les puedan sonar.
Más anecdótica resulta la historia del enfrentamiento entre el emigrantes francés, (que reúne en este relato una larga serie de razones para ser extirpado de la sociedad española), frente al mozo que se enfrenta a él, y que aunque lo mata (justificadísimamente tras dispararle a él primero) es calificado (“de buen corazón”).
No tenemos, hoy por hoy, forma de saber qué parte es cierta y qué parte es relato adaptado con fin moralizante. En este recuerdo queda clara la lección (lo opino yo, no es que lo ponga escrito): la supuestamente racionalista y liberal sociedad francesa intenta plantar lejos de su solar una semilla de ateismo en la tradicionalista y pura sociedad iletrada española. No sabemos si este y otros episodios que ya hemos leído, publicados por Gisbert, que enseñaban esta misma “lección”,(4) son reflejo de lo que se contaba o difundía en el ámbito popular o desde el púlpito local.
Pero es cierto que los aragoneses del XVIII y XIX se enfrentaron bastante ciegamente a los franceses, a las ideas ilustradas provenientes de Francia, a la República Revolucionaria y luego a la nueva monarquía de Bonaparte. Aún sin influencias externas se puede justificar que hubieran "deseado" al absolutista Fernando VII frente al impuesto José Bonaparte. Pero una vez terminado el funesto reinado de Fernando VII con su imprecisa sucesión (o su hija o su hermano), el apoyo a los absolutistas Carlistas era generalizado frente al apoyo a los liberales de Isabel II.(4) Y esas actitudes tan beligerantes a favor de conservar una sociedad que los encasillaba en un papel de sólo productores de su propio sustento, sin influencias que les despertasen una idea de progreso personal o de modernización son sospechosas, parecen fruto de una dirección que sólo mostraba una forma de pensar y ser. Y esta leyenda parece una de aquellas piezas con las que se enseñó y construyó en la gente un muro de ideas frente a un mundo europeo que amenazaba con cambiarlo todo, y bajar del pedestal a quien los adoctrinaba.
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