Niños, azafrán y trabajo (1911)

15 de noviembre de 1911

El Noticiero

B reve es esta noticia de 1911, pero tienen su enseñanza sobre la idiosincrasia de la vida tradicional en las áreas rurales.

El Noticiero

Blesa. Apertura de escuelas.-

Las escuelas de niños y adultos que fueron cerradas por estar casi todos ocupados en la recolección del azafrán, fueron abiertas de nuevo el día 13.


Del campo.- Las cosechas de grano y de azafrán han sido buenas, cotizándose a 35 pesetas libra.


Esperan los labradores con ansia la lluvia para hacer la sementera en condiciones; hasta el presente no se ha sembrado casi nada.

Han vuelto fríos hace unos días.

El Corresponsal

Blesa y el azafrán

Blesa y el azafrán es un binomio muy antiguo. Blesa pertenece a uno de los dos focos principales de su cultivo (aunque muy extendido), tiene epicentros claros en la zona de la cuenca del Aguasvivas y en el corredor del río Jiloca. En el ámbito de España, sólo Albacete sobrepasaba la producción de Teruel. A esta planta se le atribuyen ciertas propiedades medicinales, como colorante en la industria, además de como especia (aromatizante y saboreante) para la condimentación de alimentos.

El protocolo más antiguo relacionado con Blesa, que trata la existencia y utilización del azafrán, data de 1457 (en el archivo de protocolos de Zaragoza), sobre el pago de una comanda por un vecino de Blesa [LARA IZQUIERDO, pág. 35]. Uno de documentos con más solera de Blesa (que se conserva en su archivo municipal) trata también de un pago de 9 libras y 11 onzas de azafrán que debían al Concejo del Lugar, en noviembre de 1641 [doc. 5 del inventario de documentos del Archivo Municipal PDF 580 KB].

Cotización y recolección

Retomando la noticia de 1911, la cotización del azafrán aquel año era buena, 35 pesetas por libra (un Kg tiene tres libras) que era lo que rondaba en estas décadas. Dos años antes la libra de azafrán cotizó a 7 pesetas menos y los blesinos informaban de que a «28 pesetas, libra, ... los dueños se resisten a vender a tan bajo precio las muchas existencias que tienen». El azafrán se conserva bien y si la familia se lo podía permitir, era posible guardarlo como ahorro, a salvo de la inflación del dinero, y venderlo cuanto cotizase mejor o fuese necesario para comprar algo. Tenía bien ganado el nombre de "oro rojo". De hecho, me han contado que en Blesa los vecinos estaban muy atentos a algunos detalles, como descubrir que aquella otra familia ha tenido que vender el azafrán ("¡Qué mal deben de ir!").

Ciertamente, hacían falta muchas manos para recoger todo el azafrán posible en el momento justo, y luego para esbrinarlo. No bastaba con que la cosecha fuese abundante, como ocurría claramente en una noticia de Blesa en 1918: «Estamos en plena cosecha del azafrán, y siendo muy buena, será mermadísima, debido a que en todas las casas existen enfermos de gripe, y teniéndolos que cuidar y por falta de braceros, abandonan la cosecha, lo cual supone una pérdida de unos miles de pesetas.»

La rápida recolección del azafrán venía forzada por la corta duración de la floración de esta planta, que dura entre quince y veinte días, durante los cuales se debía estar en los campos al amanecer para tomar las flores adecuadas, que luego se esbrinaban ya en casa hasta entrada la noche; toda la familia alrededor de la mesa. Unos meses antes se había plantado la cebolla del azafrán, que normalmente duraba dos años, dando mayor rendimiento la de dos años que la primeriza. La recolección tenía lugar entre mediado octubre y comienzos de noviembre.

Educación sí, pero...

El interés de los blesinos por tener escuela para sus hijos es lejano en el tiempo, tanto de niños como de niñas, (siempre, por supuesto, con sus diferencias por sexo que asigna los papeles sociales desde la cuna). Pero ese interés no pasaba por un convencimiento absoluto de que lo que aprendían fuera a servirles de algo, si al fin y al cabo iban a vivir de la tierra y el ganado; o bien, la economía de subsistencia en que vivieron generaciones enteras, con incertidumbre en el porvenir, daba tan gran prioridad a la recolección de cualquier recurso que se pudiera aprovechar de la tierra, que era altamente rentable que los niños abandonasen la escuela para recolectar todo el azafrán posible o ayudaran a "esbrinarlo".

¡Qué duro es intentar siquiera imaginar la situación vital nuestros abuelos! Cuando se había de luchar y mirar al cielo por conseguir el trigo para comer pan al año siguiente, todos los demás factores (auténticos lujos) como la lucha por una educación que mejore la vida de los hijos, o por una democracia para tu país... pasan a segundos planos. Mejor adquirir más tierras que cultivar, una máquina que avente, ahorrar para la próxima caballería, u otro hijo que mañana la trabaje. Fue una rueda de la que difícilmente podría salir ninguna familia, y se convirtieron en esclavos de una tierra que era su salvación y su cadena.

Así, cuando no lloviera durante meses, o vieran llegar desde la sierra una nube negra cargada de "piedra", el fantasma del hambre reaparecería y con ello no extraña que todos fueran a rogar a una virgen de madera para pedirle agua. Cuando una enfermedad común, una epidemia o un malparto te podían desbaratar la vida. Eso -creo- tallaba el carácter de las personas para siempre. Cuando llegaba el fotógrafo al pueblo y se iban a retratar, a ninguno se le ocurría sonreír (esa tontería de la felicidad debía de ser algo burgués).

Aún hemos tenido oportunidad de recopilar algunos de los cuentos de miedo que contaban a los niños en esas noches azafraneras para que siguiesen esbrinando sin dormirse, como los recopilados a Juan Andrés Pérez y Pascuala Artigas.

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