Introducción
o nos quedan muchos recuerdos, afortunadamente, del paso de las guerras del siglo XIX por nuestro pueblo. Sin embargo, en este artículo presentamos una historia, recopilada en dicho siglo por el blesino Salvador Gisbert, (1851-1912) que se hace eco de un hecho (o quizá leyenda) ocurrida en la Guerra de la Independencia durante el paso de una columna del ejército napoleónico. Además, el suceso pretende dar nombre a un paraje de las montañas próximas, aunque ni los mayores del pueblo lo han oído utilizar.
Investigaremos, por tanto, si esta historia y el topónimo se mantienen, aunque sea de forma más o menos vaga, en la memoria de nuestros mayores.
Pero no todos los actos bélicos protagonizados por los ibéricos guerreros fueron contra los soldados napoleónicos. De los pocos trabajos documentados que hablan de quienes lucharon "a favor del Imperio" existe uno excelente, publicado por Luis Sorando Muzas, del que hemos extraído literalmente algunas notas de un suceso muy contrario al primero. En dicho trabajo están basados los apuntes que se dan sobre los afrancesados y las guardias cívicas, y le remito a él para conocer este oscuro episodio del pasado.(1)
La historia heroica de «la peña del mudo»
tal como la transcribió Salvador Gisbert
ramos ocho. Armados con trabucos, fusiles viejos y mohosos sables nos habíamos propuesto oponernos al paso del invasor.
Apostados detrás de unos peñascos que limitan y estrechaban el camino, permanecíamos esperando a los soldados de Napoleón que se adelantaban en columna cerrada, compuesta de algunos miles de hombres, formando como una gigantesca serpiente que lentamente avanzaba sombreando la superficie del camino y amoldándose a las curvas y ondulaciones de éste.
Una avanzada de veinticinco polacos de caballería fue lo primero que se presentó al alcance de nuestras viejas y casi inservibles armas.
El ruido de la descarga que les hicimos y la caída de tres jinetes fueron las primeras noticias que aquellos descuidados exploradores tuvieron de nosotros.
¡Retrocedieron!
Volvimos nosotros a cargar las armas y nos preparábamos para hacer una segunda descarga, pero antes de efectuarlo tuvimos que abandonar nuestros atrincheramientos y retirarnos ante los numerosos grupos de infantería y caballería que se destacaban en contra nuestra, dispuestos sin duda a envolvernos y hacernos pagar cara tamaña osadía.
Haciendo fuego y parapetándonos en las desigualdades y accidentes del terreno, fuimos retrocediendo hasta llegar a las eras y pajares del pueblo; hicímonos fuertes de nuevo en ellos y el enemigo, al notar la resistencia que le hacíamos, retrocedió también temiendo caer en alguna emboscada y esperó al grueso de la columna que avanzaba lentamente por el camino del Val, acercándose con toda clase de precauciones al poblado.
El cura, el alcalde y otros individuos del concejo, acompañados de algunos pudientes, salieron entonces en señal de acatamiento, fuera del lugar, a recibir a los invasores, no sin habernos enviado antes algunos emisarios para hacernos desistir de nuestra locura.
Uno de los nuestros propuso hacer fuego sobre aquellos serviles que, en vez de seguir nuestro ejemplo, prestaban a los franceses pacífica sumisión y les dejaban entrar impunemente en nuestro pueblo natal. Por fortuna, no prevaleció la idea de nuestro entusiasta compañero y los dejamos en paz, sin dejar por esto de hacer fuego contra el enemigo, hasta que vista nuestra insuficiencia para oponernos al paso de tantos miles de hombres, nos retiramos a casa y, ocultamos las armas.
Sólo uno no dejó la suya, sino que siguió haciendo fuego sobre los primeros soldados que entraban en el pueblo y aun hirió gravemente a dos de ellos. Los franceses, llenos de coraje, atacan al patriota en su atrincheramiento y le obligan a retirarse; pero éste, resistiéndose tenazmente, les hace nuevas bajas en sus filas.
Aumenta a cada instante el número de enemigos que disparan sus fusiles contra aquel héroe; cientos de balas le son dirigidas, mas ninguna le acierta; acosado al fin por todas partes, huye monte arriba y allí se encuentra con un buen número de franceses que le han cortado la retirada y le intiman la rendición prometiendo perdonarle la vida; pero él ni se rinde ni se intimida en tan terrible momento, sino que defendiéndose como león sorprendido en su guarida, cuando no tiene municiones empuña el fusil por el cañón, lo rompe en la cabeza de sus perseguidores y les tira a la cara los pedazos de su arma.
Entonces y sólo entonces, pueden los enemigos acercársele impunemente, por todos lados avanzan gabachos que se disputan el honor de aprisionarlo; pero él sigue retrocediendo hasta llegar al mismo borde del precipicio que corta el monte por aquel sitio, y extendido sus brazos se lanza al espacio antes de que puedan echarle mano sus enemigos.
Cuando los soldados del ejército invasor se acercaron a ver el sitio por donde nuestro compañero había desaparecido, volviéronse hacia atrás horrorizados de la altura espantosa del precipicio que tenía a sus pies y del espectáculo que allí se presenciaba.
A algunos cientos de palmos de profundidad se descubría una masa informe de trapos, miembros y sangres aún palpitantes.
¡Era todo lo que quedaba de aquel temerario héroe anónimo que se había opuesto tan tenazmente a la entrada del enemigo en su pueblo!
quella noche el mariscal que mandaba las tropas francesas, hizo pagar a los pacíficos habitantes del pueblo, además del importe de las raciones y contribución de guerra que de ordinario exigía, veinticuatro mil reales más como indemnización de los doce hombres que le habíamos muerto.
¡En verdad que no fueron muy caros! De los heridos no nos exigió nada.
Habíamos salido a muerto por cabeza y el último defensor había despachado a cuatro más en su heroica resistencia.
Yo confieso con ingenuidad que no sé si sacaría mi parte correspondiente, a pesar de haber hecho veinte disparos, pues debo ser franco y decir que, cuando disparaba, cerraba los ojos horrorizado de lo que hacía.
Este fue el recibimiento que hicimos a los franceses la primera vez que visitaron nuestro pueblo; recibimiento que al fin nos costó caro, pues además de las exacciones dichas y de lo que los soldados robaron por su cuenta, al siguiente día, cuando salió la columna camino de Plenas, fusiló en él a dos de los nuestros que habían sido denunciados y presos la noche anterior.
De los ocho compañeros quedábamos de la primera campaña cinco solamente; eso sí, dispuestos enseguida a emprender otra más afortunada.
i alguna vez, pío lector, visitas el pueblo de Blesa, verás a la llegada, sobre una eminencia muy cercana al pueblo, un pilar que tiene la imagen de San Jorge, patrón de Aragón. Al pie de este sencillo monumento religioso descúbrese una horrible cortadura de rocas; por ella se precipitó nuestro héroe, prefiriendo la muerte a entregarse al enemigo y a ver profanado su pueblo por el invasor de la patria.
Una cruz negra de madera, recuerdo modestísimo que ha desaparecido ya, mostró durante muchos años el sitio donde aquel valiente encontró la muerte; hoy solamente se conserva su memoria llamando a dicho sitio la peña del mudo.
El grave defecto físico de tan heroico patriota le ha servido de nombre para dar a conocer a las venideras generaciones su memorable hazaña.
autor también de las ilustraciones
Publicado en
"Leyendas y tradiciones turolenses"
por Federico Andrés y Salvador Gisbert
Biblioteca del Diario de Teruel. Teruel, 1901
Reflexiones sobre la historia de "la peña del mudo"
En este caso Gisbert recoge un cuento o historia de la que yo no había oído hablar. Al contrario que la leyenda de la Cruz del Hituelo, también recopilada por Gisbert, no parece haberse trasmitido oralmente entre los blesinos.
En esta historia no se ofrece ningún detalle del protagonista ni del narrador, algo muy extraño, dado que podría haberlo recogido de un suceso que estaba a quizá cinco o seis décadas vista. Ninguno de los guerrilleros aparece con su nombre, a pesar de que podría haberlo preguntado al protagonista. Llama la atención el que esté escrita en primera persona, por alguien que dice participar en la acción. También es curioso, a nuestros ojos, que midieran la altura de un precipicio en palmos, aunque es cierto que era una medida aragonesa de la época (cuatro palmos tenía la vara jaquesa) y hoy en día todavía la podemos oír utilizar en nuestro pueblo, aplicado a objetos cuando falta una medida más precisa.
Pero, entrando en materia, ninguno de los blesinos más mayores a los que he preguntado conocía la leyenda ni el paraje de la "peña del mudo". No es una prueba a favor de la veracidad de la historia, aunque tampoco la descarta. El nuevo topónimo pudo no tener mucha difusión o eco, o incluso dejar de utilizarse en favor del topónimo religioso (que sabemos existía anteriormente, al menos desde 1787) de "San Jorge".
Cortado y pilón de San Jorge, al fondo, tras la torre campanario de Blesa.
Blesa, el Val por el que según la leyenda de la Peña del Mudo llegaba una columna de tropas francesas napoleónicas. Sobre la montaña un pilón (o peirón) donde se supone que tuvo lugar el enfrentamiento final.
Lo que sí he podido leer, es una referencia a este suceso que escribió Manuel Guallar, presbítero y escritor de la Historia de Muniesa". Al hablar de la guerra de la independencia en las tierras circundantes no puede comentar grandes sucesos (salvo la batalla de Belchite, que tuvo lugar el 18 de junio de 1809, que en realidad fue una desbandada del ejercito local, mandado por Blake, que abrió así el camino de la conquista francesa de Alcañiz), ni dar constancia de escaramuza alguna. Pero sabe, por el archivero don Gregorio García-Arista(2) que exhumó el suceso, «que hubo una refriega entre unos franceses y los francotiradores en el término de Blesa, en el que pereció heroicamente un hombre mudo, que batiéndose en retirada después de haber causado bajas francesas, se despeñó desde una alta roca».
Sería un gran descubrimiento para probar su autenticidad, saber qué fuentes consultó García-Arista y comprobar el paralelismo con la historia narrada por Gisbert o si contiene otros detalles.
Ahora bien. ¿Podemos seguir esperando localizar esa referencia a la que aludió Guallar? En 2024 lo pongo en duda. No porque Gregorio García-Arista (1866-1946) no la pudiese hallar y haya quedado perdida, quizá inédita, o quizá publicada en un libro que no he consultado; sino precisamente porque he hallado en Heraldo de Aragón la publicación de tal "crónica", pero en forma de cuento -como tantos otros-, sin datos que le den mayor verosimilitud que la que aportó el relato de Salvador Gisbert de 1901.
Gregorio García-Arista, a pesar de ser historiador, era sobre todo, escritor, colaborador en la prensa de su época... y sabemos que varias de las leyendas de Andrés y Gisbert acabaron como esta.
El escrito de García Arista de 14 de julio de 1938 para Heraldo de Aragón, narra los mismos hechos, sin plagio pero sin aportar detalle alguno, ni dice que ocurra en Blesa sino "en los llanos que preceden a la sierra de Segura". Quizá fruto del ambiente hipernacionalista y de guerra que tiene lugar la publicación en aquel momento en España, hace García-Arista ¡hablar al guerrillero mudo! para decir en su último suspiro "Viva España". (Sin comentarios).
Por si esta perversión de lo posible fuese poco, sabemos que Gregorio García-Arista escribió y publicó previamente otras dos leyendas de Blesa y Huesa del Común (La Cruz del Hituelo y El Almadeo -véase nuestro artículo sobre la vida y obra de Salvador Gisbert). ¿Puede que García-Arista recopilase todas ellas de forma independiente, haciendo labor de campo? No lo creo, me parece que los elaboró a partir de los cuentos y leyendas turolenses de Federico Andrés y Salvador Gisbert. Por García-Arista no lo podemos saber, pues no los citó ni como transmisores, y como tampoco revelaba las fuentes de sus relatos, no podemos saber por ahora si detrás de su origen había documentos, libros o testimonios.
Volviendo al análisis del cuerpo del cuento o leyenda. En cuanto a las fuerzas atacantes, quizá sea una exageración el decir que se enfrentaron a una columna de miles de hombres mandada por un mariscal. Lo que sí parece, y el propio narrador lo apunta, es que fuera una de aquellas fuerzas que salían de sus guarniciones (esta podría provenir de Belchite), para recaudar las contribuciones en metálico y en especie en los pueblos aragoneses. El narrador dice que "hizo pagar a los pacíficos habitantes del pueblo, además del importe de las raciones y contribución de guerra que de ordinario exigía, veinticuatro mil reales más como indemnización de los doce hombres que le habíamos muerto"(3). Por otro lado, quien relata el suceso, termina dando detalles, como que aquella fue la primera vez que pasaron las tropas francesas y que volvieron en otras ocasiones a visitar el pueblo, y que continuaron su marcha camino de Plenas (Z).
Colaborando con el invasor: Afrancesados, colaboradores y guardias cívicas
Colaboradores
La Guerra de la Independencia española no fue realmente la guerra monolítica que nos ha pintado la historia de brocha gorda y las teleseries, con los guerrilleros hostigando constantemente a los franceses y el pueblo colaborando con aquellos, mientras que los afrancesados pertenecen siempre a la elite intelectual o administrativa. En esta guerra no faltaron españoles que, por convicción, miedo o conveniencia, colaboraron con las tropas imperiales.
A este respecto, existe un excelente trabajo de Luis Sorando Muzas, "Aragoneses al servicio del Imperio", del cual hemos extractado la información que exponemos.
Los juramentados(4) o afrancesados políticos e intelectuales de espíritu liberal, creían ver en la venida de las tropas de Napoleón, la ocasión de que penetrasen las ideas de la Revolución Francesa en una España atrasada y reprimida. La historia menos conocida es la de las diversas unidades aragonesas que, con las armas en la mano, no dudaron en combatir a sus compatriotas, apoyando así a las tropas imperiales.
Las fuentes españolas guardan un silencio casi hermético con respecto a estos militares, pues tras el final de la contienda, se procedió a una destrucción sistemática de cualquier objeto o documento que pudiera recordar a estos "malos españoles".(5)
Los archivos franceses, por el contrario, han conservado material suficiente como para permitirnos conocer la historia de estas olvidadas unidades. Luis Sorando, basándose principalmente en dichos documentos y algunas fuentes españolas, pudo reconstruir la historia de algunas, de las que el Mariscal Suchet dijo: «Nosotros no podemos menos que loar sus servicios, así como el valor que demostraron en muchas ocasiones».
Estas unidades aragonesas fueron todas del tipo "compañía", y según Sorando Muzas pueden ser clasificadas en dos grupos, según sus distintas misiones y características:
1º. Formado por aquellas compañías destinadas a misiones de tipo policial, como combatir a las guerrillas, escoltar convoyes, o hacer de guías a las columnas francesas. Son estas las Compañías de Gendarmes, Fusileros y Cazadores a Caballo.
2º. Formado por las Guardias Cívicas, creadas para servicio de guarnición y retaguardia, y principalmente para vincular a las principales familias con el nuevo Gobierno.
Guardias Cívicas
Estas últimas son las que nos interesa conocer.
Para situarlas en su contexto histórico debemos saber que Aragón
estaba casi totalmente ocupado por los franceses tras la caída de
Zaragoza en marzo de 1809. En los tres meses siguientes, cayeron en
su poder Alcañiz y, tras una batalla, Belchite. En febrero
de 1810, el Emperador Napoleón creó un Gobierno Especial para
Aragón y nombró al Conde del Imperio y Mariscal Gabriel
de Suchet, Gobernador General, con lo que se crea un territorio independiente
de la España gobernada por
Las compañías de "Guardias Cívicas", eran una especie de ejército auxiliar formado por gente de cada localidad(6), que realizaban servicios de guarnición y retaguardia, liberando así de los mismos a los cuerpos del ejército activo. Eran la versión afrancesada de las "Milicias Honradas", que se promovieron con idénticas intenciones en el escaso territorio no controlado por la administración francesa.
En julio de 1810 se acababan de organizar (que se tenga constancia documental), las Guardias de Albalate, Moyuela, Belchite, Samper, Caspe, Barbastro. Se generalizaron gracias a la coyuntura favorable que atravesaba el gobierno francés en esas fechas y los éxitos logrados por la comisión de indultos, que habían logrado una "relativa" pacificación del territorio.
En la primavera de 1810, Suchet entregó armas a Samper, Albalate y Moyuela, con el fin de que formasen sus guardias cívicas, a modo de autodefensa; pero estas fueron pronto desarmadas, por no mostrar el debido celo frente a "los patriotas"; tal fue el caso de las de Albalate y Belchite (de la de Moyuela no se hizo referencia posterior). Al parecer, un guerrillero de la zona conocido como "el Cantarero"(7), incrementó su actividad en julio con el fin de distraer en lo posible a las tropas francesas que asediaban Tortosa, y en estas zonas no encontró prácticamente resistencia, sino más bien lo contrario, por parte de los recién organizados cívicos.
El interés de muchos municipios en crear esta guardia, se debía a que con ella quedarían libres de tener que mantener a una guarnición francesa, con las consiguientes molestias y gastos que esta ocasionaría. Su única misión sería la de conservar la tranquilidad. Además, cada individuo recibía una paga, que en Belchite era de 10 reales diarios por persona. Según dice Manuel Guallar en su "Historia de Muniesa" citando al conde de Toreno en su Historia de la Guerra de la Independencia, los habitantes de Aragón hubieron de pagar a los franceses, en concepto de contribución, cuatro veces más de lo que antes pagaban a la Hacienda Española.
En cambio, otras Guardias eran creadas como recompensa a la resistencia de sus habitantes frente a las guerrillas, tal fue el caso de las de nuestros vecinos de Plenas y Loscos, por decreto del 18 de marzo de 1811. Suchet autorizó a crear sendas Guardias Cívicas de 25 hombres armados, así como la condonación de dos meses de contribución extraordinaria, en recompensa por su activa resistencia frente a la partida de Sabirón.
Dicha resistencia fue así narrada por la Gazeta Nacional de Zaragoza(8), de forma claramente profrancesa:
«Los vecinos de los lugares de Plenas y Loscos, fatigados por la cuadrilla de facinerosos que infestan sus respectivos territorios, se reunieron en la noche del 5 del corriente, y llegaron a rodear la quadrilla del xefe de ladrones, Sabiron, que acababa de llevarse tres mozos del lugar de Plenas, aunque los vecinos no llevaban sino dos carabinas y garrotes, fueron tan acertados sus golpes que mataron un facineroso, y a otro le rompieron la pierna; y últimamente, cerrándolos por todas partes los obligaron a rendir las armas, y los conduxeron a Daroca, en donde el traidor Sabiron ha recibido el castigo debido a sus maldades».
Pero Sorando Muzas deduce que finalmente sólo debió
constituirse la Guardia Cívica de Loscos, pues esta sí
aparece citada en el Decreto de Suchet del 31 de marzo de 1811, por el
que se disponía la creación de Guardias en varias localidades
aragonesas. Es más que probable que la de Loscos incluyese
a personas de las dos localidades, dada su proximidad geográfica,
así como el afrancesamiento que volverían a demostrar los
de Plenas en noviembre de ese mismo año, al colaborar con
sus informaciones a la captura de "el Tío Benito".
Estos hechos no fueron sucesos aislados, y si no, recordemos que según el relato de Gisbert, que posiblemente tiene alguna base real, propios del pueblo denunciaron a dos de los blesinos que se enfrentaron a la columna del ejército napoleónico. Al fin y al cabo, los pueblos tenían que soportar las cargas fiscales de la administración francesa, por su indefensión y desamparo, y las de los guerrilleros o brigantes, con asaltos y esporádicos robos, porque su modus vivendi era "mantenerse a costa del sudor ajeno". Y con ello "los pobres caminantes, las Justicias,(9) y los vecinos más tranquilos de los pueblos, experimentaban a cada paso insultos y perjuicios de mucha trascendencia". La Gazeta Nacional de Zaragoza (1811, p. 229-230) cita a modo de ejemplo de pueblos que se resistieron a las guerrillas, armas en mano:
«Pedrola cuyos habitantes mataron a siete de ellos; Loscos y Plenas que han prendido a Sabiron y toda su quadrilla; Quinto, Muniesa, Luceni, La Puebla de Alborton y otros muchos; y más recientemente los vecinos de Fet, Monsalco, Caseras, L-tall y Finestras, que reunidos en este último pueblo acaban de coger o matar a 11 brigantes de a caballo, después de una acción muy gloriosa. En Blesa han preso tambien a 4 de ellos y muerto a su xefe, llamado "el hijo del Viejo"».
Estas guardias durarían poco más de un año en nuestra comarca, pues el 12 de julio de 1812, el gobernador militar que mandaba las fuerzas francesas de Teruel y Alcañiz, general Severoli, recibió órdenes de evacuar ambas ciudades y de retirarse con ellas a Mequinenza. La presencia en Belchite no debió prolongarse más allá del otoño de 1812.
Tras la victoria final de los partidarios del rey Fernando, la actitud hacia los componentes de estas guardias cívicas fue mucho más benévola que la mantenida con los fusileros y gendarmes que se nombraron al principio, que eran fusilados en el acto por tratarse de voluntarios "juramentados", mientras que el servicio en las Guardias era casi obligatorio.
Así, vemos como al igual que había quien se enfrentaba contra las tropas francesas, los vecinos de pueblos como el nuestro se encargaban de perseguir o acosar a partidas incómodas de guerrilleros, por muy patrióticos que fuesen sus fines, y por muy poca simpatía que se tuviese hacia las guarniciones napoleónicas. Me extrañaría mucho que se conservase memoria de las andanzas de estos guerrilleros, sus escondites e incluso sus nombres, pero no cabe duda de que saber que un suceso ha tenido lugar es el primer paso para hacer luz sobre él.
Luchando contra los ejércitos y administración francesa
Tampoco querría desvirtuar la realidad de la guerra contra el ejército francés haciendo demasiado hincapié en la resistencia de los pueblos contra los guerrilleros. La pronta derrota de los ejércitos Españoles, no fue impedimento para que gente de todo Aragón fuesen a defender la Zaragoza sitiada, suicidamente defendida contra el mejor ejército europeo de la época. De toda España acudieron para formar los ejércitos de liberación que se organizaron en las zonas que no controlaba el ejército napoleónico.
Por ejemplo, en un libro en que se enumeran los turolenses participantes en la Guerra de la Independientes, Domingo Gascón menciona a un blesino: Lorenzo Senén Calvo y Morata. Según dice «hizo la Guerra de Independencia en Andalucía a las órdenes del General Castaños, tomando parte en la batalla de Bailén. Más tarde fue hecho prisionero, logrando fugarse antes de que lo llevaran a Francia, y prestó nuevos servicios a la Patria, obteniendo por hechos de guerra hasta el empleo de Coronel, retirándose a Zaragoza donde murió en 1843». Puede ampliar datos sobre él y su familia en el artículo "Nuevas noticias sobre blesinos en la Guerra de la Independencia" de F. Javier Lozano (2009).
También mencionan en dicho libro a Dionisio Tomás de Muniesa, que se licenció en 1811, tras prestar servicios en campaña, y entregó al Tesoro quince mil reales, cantidad muy cuantiosa para la época. Los que querían colaborar económicamente, entregaban dinero a las Juntas que se organizaron. Otro muniesino, el Dr. don Miguel Laborda se comprometió a entregar a la Junta de Teruel mil reales cada año «mientras la guerra durara». También aparece una pequeña mención al rudillense Mariano Roche, que hizo la guerra hasta 1811.
Y en la página 384 figura Clemente Serrano y como sólo suponen su origen ponen "¿turolense?" pero muy probablemente era blesino. "Poseía un beneficio en el pueblo de Blesa. Por sí solo prestó muy grandes servicios a la causa nacional, pero en noviembre de 1809 se puso incondicionalmente a las órdenes de la Junta Superior, que accediendo a sus deseos, le nombró Comandante de Guerrilla".
Las andanzas de un blesino contrabandista
Retrocedemos ahora hasta los comienzos de la guerra. Ángel S. Tomás del Río, investigador de tantos temas de Plenas, nos envió los párrafos siguientes, que narran las anécdotas de un blesino atípico en los comienzos de la resistencia contra los ejércitos invasores. Están extraídos de unas cartas que escribió el blesino al general Palafox y que se guardan en el Archivo Palafox (Caja 22-8/23).
En los pueblos de la sierra próximos a Plenas, siempre han existido cuadrillas de bandoleros y contrabandistas. El terreno es propicio para ello. En los años previos a 1808, existía una banda de contrabandistas, la banda del "Manteca", en la que se apuntaban todos los vecinos díscolos de la zona. Blas Amor, alias el "Manteca", y su cuadrilla, que eran 14, se alistaron como voluntarios en una nueva compañía para recibir el indulto que concede Palafox a los contrabandistas que se apunten como voluntarios a defender la Patria contra la invasión francesa. Pedro Plou, de Blesa, cuando se enteró del indulto concedido a los que acudieran al real servicio, quiso formar parte de la nueva unidad.
Todo ellos acudieron con sus caballos y armas hasta Lécera, donde se unen con los voluntarios del pueblo, que encabezados por el Alcalde Don Gregorio Montañés, parten hacia Zaragoza. Pero al llegar a la paridera de Don Matías Castillo, cerca de Zaragoza, el grupo observa estupefacto como multitud de gentes salían huyendo de Zaragoza. La cuadrilla del "Manteca", en vista de eso, se niega a continuar y da media vuelta.
Pedro Plou se niega a marchar con ellos y continua hacia Zaragoza, donde llega el 15 de junio al anochecer. Este individuo no se presenta en cuartel alguno, sino que va directamente con su arma y su caballo a la puerta del Portillo. Allí está toda la noche y todo el día 16 y 17, y el día 18 decide hablar con el Intendente, el cual le manda ir, junto a un Sargento Primero de Dragones de la Compañía de Palacio, hasta la Paridera de Matías Castillo a buscar a los compañeros contrabandistas.
Llegan a la paridera, pero allí no queda ya nadie, por lo que deciden marchar hacia la Cartuja de la Concepción por si están por allí. En la Cartuja se encuentran con varios desertores del Penal del Canal armados con fusiles y varios vecinos del Burgo de Ebro, que estaban saqueando el monasterio y tenían ya cargado un carro con aceite y otros enseres. Pedro Plou cerró las puertas del monasterio y pidiendo ayuda a 3 ó 4 paisanos armados de Torrero que habían salido de descubierta, detuvieron y maniataron a los saqueadores. Acertó a pasar por allí un oficial que acompañaba a los mozos de Belchite que iban a Zaragoza, y se llevaron a los saqueadores. Mientras, Pedro Plou parte hacia Belchite pues el oficial le informa que ha pasado por allí la partida del "Manteca".
En Belchite ya no estaban, y se habían dirigido hacia el Campo de Cariñena, por Herrera y Azuara. Pedro Plou logró dar con ellos pero no quisieron alistarse, así que regresará otra vez a Zaragoza. Escribió una carta a Palafox explicando los hechos (fechada el 3 de julio de 1808).
Allí intenta sea agregado a alguna compañía pero le hacen esperar, mandándole pequeñas tareas, como vigilar la Calle del Agua, otro día acudir al Puente de San José... El día 2 de julio le mandan a la Puerta de Santa Engracia, donde un oficial de artillería le hace subir a la torre para ver si podía divisar dónde estaba el enemigo. Una bala hiere a un soldado gravemente y otra bala atraviesa el chaleco de Pedro Plou y casi le da.
Hasta aquí llega por ahora la narración de este contrabandista blesino, y no sabemos si posteriores investigaciones nos darán algún dato. Por el momento ha merecido la pena saber de sus andanzas y del poco rigor con que las circunstancias permitían organizar la defensa. No sabemos tampoco si sobrevivió al primer sitio que empezaría en pocos días y duraría un mes o incluso si sobrevivió a la guerra.
Puede leer el documento trascrito por los investigadores en Plenas en su blog "Contrabandista en la Guerra de la Independencia" (noviembre/2010).
Los franceses pierden terreno
Por otro lado, el "paisanaje", que era como entonces se denominaba al pueblo llano, se resistía en la medida de sus posibilidades a colaborar con la administración Napoleónica. Aunque las intenciones del Gobierno francés y sus más altas autoridades eran de concordia y colaboración, el pueblo aragonés seguía haciendo su guerra de resistencia, desobediencia, entorpecimiento, etc. Y por otra parte, el ejército napoleónico, incluidos algunos de sus jefes, cometía abusos que no contribuían a la concordia deseada. Estos abusos eran tan constantes y generalizados que llegaron a oídos de las más altas autoridades imperiales en Francia y se conmino a Suchet para que tomase medidas, lo que trató de llevar a cabo, pero con resultados escasos y a largo plazo.
Tal resistencia se puede comprobar en el hecho de que el gobierno efectivo de las autoridades y administración francesa se recortaba conforme avanzaba la guerra. Aunque el gobierno se considera implantado desde la toma de Zaragoza hasta la huida de esta ciudad del ejercito francés, el 9 de julio de 1813, fueron muchos los pueblos que siguieron obedeciendo a las autoridades españolas exiliadas, dando cobijo a los guerrilleros ("brigantes" según los franceses). Y con el paso del tiempo, se fueron sumando más y más pueblos que no dependían de las autoridades de Zaragoza, aunque documentalmente es difícil saber cuales fueron y qué ocurrió en los mismos.
En el excelente libro de divulgación de Roberto G. Bayod sobre "El gobierno intruso de los Napoleón" aparece una relación de algunos de los pueblos que no estaban bajo la dominación napoleónica un año antes de que salieran de Zaragoza, y que obedecían al Intendente borbónico de Calatayud. Entre ellos aparecen: Segura, Maicas, Cortes, Plou, Josa, Huesa, Blesa, Moneva, Moyuela, Plenas, Monforte, Anadón, Fonfría... También aparece Muniesa, con el dato añadido de que la persona que se hacía cargo de las órdenes recibidas era su Corregidor, llamado César. Y también aparecen Rudilla y Piedrahíta, siendo en el primer caso su Secretario, J. Jimeno y en el segundo caso su Escribano, Francisco Marín, los contactos con la "nueva" administración. A pesar de que la relación de pueblos es mucho más extensa, abarcando desde Singra a Cosuenda y Cariñena, y desde Used a Muniesa y Moyuela, no aparece en ella Loscos, El Villar, Azuara o alguno de los pueblos próximos por el norte. Quizá se deba a una simple omisión, pero tampoco puede descartarse, sin pruebas, que formaran un pasillo donde la influencia francesa aún se hiciera sentir.
Es más, dos años y medio antes, durante el invierno de 1811, los guerrilleros merodeaban la zona de Blesa-Muniesa con aparente impunidad, con la misión de reagrupar a combatientes y formar grupos con quintos. Y además permitiéndose atacar desde esta zona a columnas francesas que hacían incursiones hacia el sur para conseguir contribuciones. En este episodio publicado en la Gazeta del gobierno de México del viernes 24 de mayo de 1811 nos relatan la salida de un partida de 90 infantes españoles que se enfrentó con éxito a otra de 50 que partío de Fuentes de Ebro, en la villa de Azuara.
Gazeta del gobierno de México del viernes
24 de mayo de 1811
Tomo II Núm 62 (pág. 460)
Parte de D. Jorge Benedito a la junta superior de Aragón
Exmo. Sr. Hallándome en el lugar de Blesa ocupado
en la reunión de dispersos y formación de quintas, en cuyo
destino estoy confirmado por el Excmo. Sr. comandante general del exército
y reyno; tuve noticia que el comandante de la plaza de Fuentes
[francés] con una partida de 50 infantes apremiaba militarmente
a una infinidad de pueblos de los partidos de Zaragoza y Daroca para el
apresto de unos pedidos que les era imposible el contribuir; y deseando
embarazar este plan, dexado a cubierto los pueblos, reuní mi partida
que constaba de 90 infantes y 12 caballos, y partí en su busca:
en efecto tuve la satisfacción de encontrarlo en la villa de Azuara
en donde estaba acuartelado, y a las tres de la mañana de ese día
lo sorprendí con tal acierto, que sin perder un hombre conseguí
rendirlo haciendo prisionera toda su partida, matando dos hombres y él
herido.
Dios guarde a V.E. Muchos años.
Muniesa 11 de febrero a las cinco de la tarde de 1811.
Jorge de Benedito
=
Exmo Sr presiente y junta superior de Aragón.
Fuente: B.N.E.
En este momento, en 1811, si la situación de las tropas francesas era de impotencia para tener control efectivo sobre gran parte del norte de Teruel fue debido a la presencia de algunos capitanes de guerrilla aguerridos y flexibles, como el desconocido Tomás Campillos "el Alcalde de Cadrete", cuyas numerosas actividades de guerrilla y provisión de los ejércitos, levas, represalias sobre población civil o justicias, durante la Guerra de la Independencia, en las comarcas de Daroca, Belchite, Montalbán y otras partes de las provincias de Zaragoza y Teruel, nos ha dado a conocer Héctor GIMÉNEZ FERRERUELA (2008). Sus datos no los hemos reflejado en este artículo por lo extensos pero son muy valiosos para comprender el estado de vida, la inseguridad y causa de la ruina de muchos lugares.
Unas conclusiones
A lo largo de este artículo, se han visto reflejadas diferentes actitudes de los habitantes de estas tierras. De un mismo pueblo se recuerdan actos de enfrentamiento directo contra tropas napoleónicas, de agasajamiento al invasor, de resistencia pasiva al mismo, de lucha colaboracionista contra guerrilleros o bandoleros molestos, de apoyo o anexión a bandas de guerrilleros... Y ello no encierra contradicción ninguna, salvo que el lector vea todavía aquella guerra (como todas las civiles que han acontecido en este ruinoso país desde entonces) como un enfrentamiento simplón entre dos bandos monocolores y considerando al pueblo un bloque monolítico de una sola opinión.
La iglesia católica también jugó su mano en esta guerra (como en todas las posteriores) instigando al pueblo, como nos recuerdan el padre Boggiero, el sacerdote Santiago Sas o fray José de la Consolación, llamando a la defensa de la religión católica. Mas, cuando entraron las tropas francesas en la ciudad, se celebró con solemnidades religiosas en el Pilar con presencia del Estado Mayor francés. No fueron con sus propios cuerpos o sus cargos con los que el estamento religioso taponó las brechas de las murallas zaragozanas, sino que, tras haber levantado al pueblo, llegó a un acuerdo razonable con estas tropas de su «majestad católica José I». La nueva dinastía era católica, como la Constitución impuesta de Bayona. El clero se opuso a ellos por sus corrientes liberales, hijas de la Revolución Francesa, que pugnaban contra las doctrinas tradicionales y el poder de las órdenes religiosas, defendiendo más su status que la religión que decían representar frente a los invasores.(10)
Aprendamos para el futuro la lección que recibió Zaragoza: 40.000 muertos, enfermedades y hambres, una ciudad derruida, nuestro archivo de la Corona destruido para siempre junto a tesoros artísticos y arquitectónicos, luchando contra el ejército más poderoso del momento, mientras otros pueblos veían pasar las tropas camino de Madrid. Cuando se ha alcanzado una visión global de la historia, se pueden reconocer las corrientes históricas que pasarán por encima de los individuos, arrastrando tanto a aquellos que se destacan en el loco enfrentamiento directo (como nuestro mudo), como a los otros por su "eterna" fidelidad al poder recién llegado. El destino final de Aragón no dependió de sí mismo, y los pueblos que capearon el temporal fueron los que supieron contemporizar.