Como ya es tradicional, todos los veranos hacemos una excursión organizado por la asociación El Hocino, una excusa para tener un día de convivencia. Y este año hemos ido al Monasterio de Piedra.
El 4 de agosto, a las 8 de la mañana estábamos todos en “El Letrero”, bien despiertos y con ganas de pasarlo bien. Como el viaje prometía ser largo, paramos en Calamocha media hora para reponer fuerzas y estirar un poco las piernas, seguidamente nos pusimos en camino hacia Nuevalos.
Desde allí, subiendo por una carretera con bastantes curvas, se llega al Monasterio de Piedra, que es una curiosidad natural extraordinaria.
Sobre el cauce del río Piedra se vertebra todo el ecosistema del parque. Es un auténtico vergel, con sus espectaculares cascadas (la más fotografiada la Cola de Caballo de más de 50 metros de altura), el lago de aguas cristalinas, los paseos a la sombra de los plataneros, nogales, fresnos, sauces, álamos, olmos y chopos. Un sitio extraordinario para pasar una mañana agradable.
En el parque hay un centro de cetrería y a las 13 horas y con un sol de justicia, allí estábamos dispuestos a ver una exhibición de aves rapaces. Los cetreros nos iban dando las oportunas explicaciones sobre la vida de las aves, así como las formas de vuelo y su morfología.
Llegamos a la hora de comer al restaurante, y aunque en principio el menú no parecía muy apropiado para un día caluroso, consistente en judías con codorniz y pimientos rellenos, creo que nadie se dejó nada en el plato.
Después del café y un poquito de descanso continuamos la visita a la parte monumental del monasterio. Una guía nos hizo una introducción sobre la historia y características del monasterio y después pasamos a visitar en el interior: la sala Capitular de columnas octogonales, el refectorio del siglo XIII, la cocina conventual, el espectacular claustro, etc.
Como cosa curiosa nos contó que en 1534 fue fray Jerónimo de Aguilar, el monje que al volver de América trajo el cacao y fue aquí donde se elaboró por primera vez el chocolate en Europa, aunque de forma muy diferente al que ahora estamos acostumbrados a tomar.
En las antiguas bodegas del monasterio visitamos el Museo del Vino de la Denominación de Origen de Calatayud, y para completar la visita pasamos por una sala de exposición de carruajes. Cuando ya pensábamos que la jornada se terminaba y estábamos a punto de coger el autobús de regreso, tres chiquillas de Huesca que estaban también de excursión, cantaron unas jotas a las que se unieron Felix y María Josefa, a los que desde aquí quiero dar las gracias por este delicioso fin de fiesta, inesperado y espontáneo.
Al llegar a Blesa, nos estaban esperando para hacernos la foto de rigor y así dimos por concluido el viaje y esperando el del próximo año.
Por Helena Sanz. Fotos Gloria Allueva