Entrevista a TOMÁS SANZ y a JOSEFINA BESPÍN en 2011.
El pasado 23 de abril se celebró el Día del Libro. Diversas campañas de publicidad e incluso programas educativos invitan a ciudadanos en general o a los alumnos de centros escolares a adentrarse en el ejercicio de la lectura. Afortunadamente el nivel de lectores de nuestro país va aumentando. Sin embargo, resulta reconfortante, por extraño, encontrar en pueblos pequeños personas, que solo han tenido acceso a los estudios elementales de la escuela y que sienten una gran pasión por la lectura desde antes de estas campañas. Este es el caso de Tomás Sanz, nacido en Blesa en 1920 y Josefina Bespín, en Oliete en 1945, que actualmente reside en Obón.
Los orígenes de esta afición a leer en Tomás se remontan a su etapa preescolar. Él lo recuerda así: “Yo llegué a la escuela sabiendo leer la Cartilla y el Catón, pues mi padre se empeñó en enseñarme las letras desde pequeño, basándose en una consigna que se le había quedado fijada (Ninguna mujer se case con un hombre analfabeto. No puede ser un buen padre)”. Pero el hecho de destacar en una escuela, en la que el maestro llevaba 93 niños le acarreó el despreció y castigo de algunos de sus compañeros. “El primer día de ir a la escuela, los de mi tiempo me pegaron una paliza en la plaza por saber leer. Llegué a casa llorando con seis años y no quería volver. Mi madre me llevó al maestro. Como no quise decir quién me había pegado, él me dio permiso para llegar tarde y marcharme pronto.”, explica Tomás Sanz. Todavía, a su edad, recita de memoria un fragmento, que aprendió en la escuela, del cuento El sastre y la zarza de Arcadio de Larrea Palacín [sic ver la nota y poesía]. Empezó a leer con asiduidad libros nada más salir de la escuela. Se los aportaban dos amigos de su padre de Huesa del Común, molineros, pero personas cultas. Eran de temas de política y sexo. Continuó con poesía, fábulas, cuentos y revistas.
Josefina no encuentra ningún motivo especial para explicar la causa de su interés por la lectura, salvo el gustarle el estudio. “Fui a la escuela hasta los 16 años. Era estudiosa, aunque también me gustaba mucho la juerga. Aprendí todo lo de la Guerra Civil. Empecé leyendo de todo, leía todo lo que pillaba: Fascículos de la vida del Dúo Dinámico, la Hoja Parroquial, San Antonio, Hª Sagrada, la Doctrina, un libro infantil que se llamaba Maestro Nacional”, dice Josefina Bespín.
Mientras que la vida de Josefina ha transcurrido por los cauces de lo que se considera habitual, la de Tomás ha sido más tortuosa y movida. La primera vivió su soltería en Oliete, trasladándose a Obón al contraer matrimonio, tuvo tres hijos y con problemas de salud continúa en esta localidad, ayudada en todo momento por la fantasía de los libros. El segundo tuvo que abandonar Blesa durante la Guerra Civil, recorrer con el Ejército Republicano varios frentes, perder pronto a su madre, sufrir el exilio de su padre y hermanas y ser condenado a prisión en Montalbán por auxilio a la rebelión. Después trabajó de zapatero, labrador, recaudador y cafetero en su pueblo.
Por sus manos han pasado gran diversidad de autores. Tomás Sanz ha leído, entre otros, a Marx, Mao, Bécquer, Alberti, Miguel Hernández, Antonio Machado, Lorca, Unamuno, Vázquez Montalbán, Vargas Llosa… Por parte de Josefina Bespín, la nómina de autores también es amplia: Marcial Lafuente Estefanía, Susan E. Hilton, Tolkien, Javier Sierra Libros de terror, Jorge Semprún, García Márquez, Terenci Moix, Gala, Cela, R.J. Sender, Ken Follet, Pérez Reverte…
Han robado tiempo para leer de cualquier otro menester. “Yo trabajaba mis horas y atendía al campo. Ahora bien, si cogía un libro bueno, lo leía de una sentada”, comenta Tomás. Josefina recuerda: “¡Cuántas veces nos gritaba mi madre a mi hermano y a mí porque, en vez de hacer las faenas, estaba en el solanar o en cualquier sitio de casa leyendo!”.
Ambos reconocen el goce que produce la lectura y las aportaciones que brinda en algunas ocasiones. “No sé si la cultura es rentable, pero me ha gustado mucho. He sido feliz leyendo libros”, reflexiona Tomás. “Prefiero leer que comprarme un vestido. Además, la lectura es mi forma de viajar y mi compañera en momentos de soledad”, concluye Josefina.
Manuel VAL LERÍN
Por Manuel Val Lerín
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