El interior del este templo turolense, uno de los que sobrevivió a la destrucción de la ciudad en la última guerra civil, parece que no tenía decoración cuando se llegó a finales del siglo XIX.
Los arquitectos y artistas de esa época estaban inmersos en la corriente del modernismo y el medievalismo. Y en ese contexto, el interior del templo fue decorado enteramente entre 1896 y 1902, con pinturas de cierto estilo neomudéjar.
Las pinturas de muros y techo son de gran riqueza artística; Gisbert tenía amplia experiencia en la creación de arquitectura efímera religiosa, como los monumentos de Semana Santa creados junto a su padrino Santiago González, o incluso pintando íntegramente iglesias, como la de Huesa del Común en 1886 (como publicaron Fabián Mañas y Fran Martín en la revista Xiloca). Así que en Teruel llegó ya con la experiencia y el ímpetu de su madurez como artista. Junto a él, el arquitecto Pablo Monguió Segura. Como ocurre en ciudades europeas o en Barcelona, algunos edificios antiguos se hacían con la traza de los antiguos, y a esa corriente dicen que sigue el claustro de la iglesia y sus adornos.
Y el resultado, de esta re-creación de la iglesia (por decirlo de una forma neutral), fue espectacular. Colores potentes, horror al vacío, vidrieras coloristas y emplomadas de profundo impacto. Armonía dentro de lo recargado del estilo.
El mausoleo de los amantes de Teruel está integrado parcialmente en la iglesia de San Pedro, pues fue donde se hallaron sus momias, y donde se han expuesto, de diversas formas desde entonces.
Preciosas vidrieras.
Techumbre estrellada.
Las guías profesionales enseñan la iglesia, sus recovecos, la torre, el paseo por las alturas... Tienen íntimo conocimiento de muchos detalles, que no estaban descritos hasta ahora. Además de conocer los lugares donde han aparecido firmas de Salvador Gisbert en los muros, o textos fechando el remate de la pintura de algún lienzo, nos han contando que recientemente, limpiando una cornisa que rodea la nave a gran altura, han localizado inscripciones de Gisbert, dejando memoria de las etapas constructivas y quien le ayudaba. Estas inscripciones tuvo cuidado de ocultarlas a la vista el pintor, de tal forma que quedaran para la posteridad, cual cápsula del tiempo para curiosidad de los investigadores, pero sin estorbar la contemplación de este espacio que engrandece Teruel, una capital pequeña que condensa encanto y decenas de atractivos para mayores y chicos.
Desde aquí doy las gracias a las guías que nos dan a conocer tantos aspectos del pasado y de forma amena en la ciudad de Teruel. Lástima no haber coincido con la tataranieta de Salvador Gisbert, que enseñaba el monumento hace un tiempo.
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